La mujer, hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial, había estado relegada a las tareas domésticas, y su principal función consistía en acompañar al hombre en los compromisos sociales. La Primera Guerra Mundial creó nuevos papeles para la mujer. Al haber tantos hombres luchando en el frente, las mujeres fueron llamadas a asumir trabajos y responsabilidades que antes no habían estado disponibles para ellas.
Mientras los obreros expresaban su preocupación por empleo que se les daba a las mujeres con menor salario disminuyera sus propios salarios, éstas comenzaron a exigir una ley de igualdad salarial. A pesar del notable incremento de salarios de las mujeres, resultado de las regulaciones gubernamentales, a finales de la guerra la remuneración de las obreras industriales todavía no era igual que la de los obreros.
Los derechos políticos de las mujeres eran inexistentes, incluso en las democracias más avanzadas, que estipulaban el sufragio universal’ sin incluirlas. A mediados del siglo XIX se inició un movimiento feminista protagonizado por personalidades artísticas, científicas y políticas, que luchaban por la igualdad y por la obtención del voto femenino. Entre los partidos políticos, los socialistas levantaron las banderas de la igualdad.
Sin embargo, la Primera Guerra Mundial inició el cambio. La gran cantidad de hombres movilizados para el conflicto, las pérdidas humanas y el regreso de gran cantidad de inválidos, obligaron a incorporar a la mujer en el mercado laboral, incluso en las tareas más pesadas, antes desarrolladas únicamente por los hombres. Ante la realidad consumada de la igualdad y a través de una lucha permanente, las mujeres comenzaron a obtener el voto. Señalaban que si eran iguales para trabajar y luchar, deberían serlo para votar.